sábado, 28 de noviembre de 2009

La Cienaga - Lucrecia Martel (2001)

Este film escrito y dirigido por Lucrecia Martel te envuelve de su atmósfera humeda y pegajosa. Permea la piel del espectador, introduciéndole en este letargo insoluble y profundo con el que describe la vida en una casa junto a una ciénaga cerca a Salta, Argentina.

Aún no entiendo qué es lo que me cautivó con tanta fuerza de este film. No me importa si es una crítica a la burguesía argentina y si por esto la comparan con Buñuel, pues no entiendo aún su crítica. Simplemente me interesa la manera de retratar las costumbres, la cotidianidad llena de sucesos increibles que, a nuestro ver, son normales, pero que describen fielmente la sociedad popular latinoamericana, haciéndo una crítica de una sociedad decadente sin caer en la falsa interpretación.

El marcado y fuerte acento argentino podría ser cambiado por cualquier otro acento de un pueblo latinoamericano. Y no tengo duda que esta historia podría tomar lugar en cualquier pueblo de nuestro continente donde la humedad haga que apenas llegues al lugar te eches al piso, a la cama, a lo primero que encuentres y te tenga bebiendo vino con hielito. Que te tenga sudando como cerdo, postrado de por vida (o de por film), hundido en un verano donde no hay sol. Solo hay árboles, disparos (sin violencia ni muertes que los justifiquen), y gritos y conversaciones por todo lado, entremezclándose, retratando nuestra manera de comunicarnos, de reirnos y de pasar la vida.
Las fiestas de pueblo, con billar y bailadero en la única taberna del barrio, donde se mezclan los jovencitos jugando playstation, los viejos verdes que se acercan a las muchachas bonitas y los jovenes que por una mirada sobre su mujercita se agarran a golpes.
Los múltiples niños que cada una de las mujeres, Mecha y su prima Tali, han engendrado son incontables, llenos de razguños, gritos, un caos entre animales y niños corriendo por doquier. Se confunden los hijos de una con los de la otra. Mientras Tali vive un poco lejos de la Cienaga, aprovecha de la pileta que hay en casa de Mecha para llevar a sus hijos constantemente a que aprovechen de esta (que por cierto, debe alimentar a víboras, sapos y alimañas con su agua verde opaco que impide ver mas alla de la superficie).
Los personajes de las dos protagonistas son inolvidables. Mecha es la tía rica que todo puede ahogar en vinitos con hielo, con gafas oscuras pa´aca y pa´alla, incapaz de contestar un teléfono que suena junto a ella, hundida en el diario vivir que se sucede entre borrachera y guayabo, desconfiada de sus criadas, con ganas de nada, postrada en su cama como si el calor no la dejase ni mover.
Y de esta forma, en casa de Mecha, vemos a todos los niños y adolesecentes dormir echados en cualquier cama, todos juntos. Con los perros encima, ventiladores deformando las voces, una tortuga que va y viene. A veces haciendo nada, viendo la tele, meciendo una puerta, balbuceando o mirando al techo. Una cercanidad e intimidad particular de las familias en esta parte del mundo. Mezclas de cuerpos donde no existe el sexo, donde las relaciones se limitan a lo familiar pero exploran campos que ni el amor puede explicar. Un desorden pegachento al que estamos acosutmbrados.
Así se desarrolla. Y aún así tengo una pregúnta.
¿Realmente algo se desarrolla?
¿Qué sucede en el film? ¿Cuál es su argumento?
En su humedad penetrante, lo que pasa no es importante, pues no pasa nada específico. Son una serie de sucesos cualquiera en la cotidianidad de sus personajes.

La cámara avanza como borracha cuando los personajes se hunden en su jinchera y no son concientes de nada fuera de su vinito. Avanza por entre el monte como un chico, enredándose entre árbol y árbol cuando sigue a los niños por sus cacerías por el monte. Avanza bailando entre gente cuando se encuentra en la taberna adentrándose entre la harina sobre las cabezas bailantes.

Entonces, cómo mantiene Martel al espectador atento?
Nos describe, nos define. Logra lo que muchos intentos de cine latinoamericano ha intentado, o querido como propósito. Mostrarnos como realmente somos. Con nuestras mañas, nuestros olores, nuestros gritos y costumbres. Sin tapujos y sin querer aparentar.

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